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Saúl tras su reunión con el rey viajó hasta el Maestrazgo, al palacio de Eduardo. Ya había anochecido hace un rato pero todo estaba muy tranquilo por lo que supuso que Eduardo aún no había llegado. Era un personaje que tenía muy estudiado, desde sus infames circos kyristas. Todo era cuestión de esperar.
De madrugada llegó un carruaje y vio bajarse de él a Eduardo, tambaleándose y diciendo tonterías. Un lacayo, o gentilhombre como acostumbraban a llamarlos en su casa, lo ayudaba a duras penas. No había duda; estaba borracho como una cuba, pero esto era lo habitual en él. Saúl trató de hacer memoria pero de las veces que lo había visto, no recordaba ni una sola que estuviese sobrio.
Vio la vacilante luz de las velas en su habitación. Ya lo estarían desvistiendo y metiéndolo en la cama a dormir la mona. Se hizo la oscuridad. Esperó un poco más y comenzó a trepar por la parte trasera de palacio. Con tanta cornisa y tanta repisa era sencillo de escalar. Forzó una ventana y accedió al interior. Silenciosamente fue hasta la habitación de Eduardo. Allí estaba, tirado de mala manera sobre la cama. Los criados no se habían tomado la molestia de desvestirlo y taparlo, así que le tocaría hacerlo a él.
Ayudado con una navaja rasgó las calzas y el jubón, que a juzgar por el fuerte olor, hacía días que llevaba los mismos ropajes.
Por aquello de compensar, por si los cuentos de su tío sobre el Cigüeño Viejo fueran ciertos, decidió taparlo para que no cogiera frío, pero como estaba echado sobre las cobijas de la cama decidió arrancar una cortina que hiciera las veces de colcha.
Y conseguidos sus ropajes, sin ser visto por nadie, tal como entró, salió de palacio.
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| #Al día siguiente, Saúl fue derecho a ver a su reciente mascota, Bicho Decimo Cuarto. Un precioso dóberman grande y fuerte, el cual no había dado de comer desde que lo robó días atrás, y que a juzgar por la cantidad de babas q le salían de la boca, no hacía más que pensar en un buen bocado que llevarse.
La técnica ya la tenía muy ensayada con sus otras mascotas, solo era cuestión de adaptarla a los objetivos. Se puso una máscara para ocultar su rostro y empezó a decir tonterías de borracho para que al perro le sonaran esos sonidos mientras lo iba apaleando.
guaas perrooo buuuu bla bla bla maldito aaahhhhhh, decía mientras lo iba dando palos.
Cuánto más lo arreaba más rabioso se ponía.
perrooooo aaaahhhh jajaja glu glu glu buaaaa hip hip maldito aaaaaaaaaahhhhhhh ... y otra sarta de palos
Los ojos se le salían de las órbitas al perro, y justo cuando más rabioso estaba le lanzó el jubón de Eduardo para que fuese asociando la paliza con el olor.
Lo dejó descansar un poco para que no se pasara de vueltas antes de tiempo.
Al cabo de unas horas volvió, con las calzas amarradas al palo. Apenas se las acercaba y percibía el olor, el perro se subía por los barrotes rabioso entero.
Bien, esto marcha, se dijo Saul. Le arreó un buen palo al perro y comenzó a decir tonterías nuevamente. buuuuuu perro bla bla bla maldito aaaahhhhhhhhhhhhhhh.
Y un buen palo en todo el lomo, para que sepa lo dura que es la vida. aaaaaaaahhh perrooooo aaaaaahhh
Cuando ya lo hubo apaleado suficiente le dejó las calzas para que jugara. Y así hizo el perro. Apenas las tuvo en su poder las despedazó rabioso de ira, echando espumarajos por la boca.
Al anochecer llevó a Bicho con un buen bozal hasta un callejón próximo a la taberna que frecuentaba Eduardo. Eran ya altas horas de la noche, cuando salió Eduardo diciendo tonterías como siempre.
"aaahhhh yo no he bebido naaa uuuuhhh todavía guanto toda la nocheee"
Al verlo salir tiró un trozo de pan hacia la entrada, le quitó el bozal y lo dejó suelto.
Eduardo vio al perro que se acercaba a por el pan, hambriento como estaba. "aaaahhh perrooo marcha por ahí"
Apenas oyó el perro la voz de Eduardo, y habiendo reconocido ese olor, se olvidó pronto del pan y se lanzó contra Eduardo rabioso entero.
Eduardo trató de darle una patada pero dado su estado de embriaguez se resbaló y cayó al suelo. El perro se lanzó a su cuello y apretó fuerte. Eduardo chillaba AAAAAAAAAAAAAAAAAAAhhhhhhhhhhhhhhhh
Enseguida salió gente de esa taberna e incluso alguno de la de al lado. Varias ancianas que vivían en frente se asomaron a la ventana y vieron como un perro estaba atacando a alguién.
Uno de los de la taberna gritó Un perro está atacando a Eduardo. Salieron con palos para arrear al perro para que lo soltará, pero cuanto más lo daban, con más fuerza apretaba la mandíbula sobre su cuello.
Se montó un gran tumulto de gente entorno a Eduardo y el perro. Saúl se acercó y susurró al oído de un viejete borracho que miraba las escena "Parece que el Cigüeño Viejo ha dado su merecido a Eduardo por sacrificar trideidarios".
El viejete borracho como estaba, y con la profundidad que tenía esa frase, se puso a cantarla a viva voz.
"El cigüeño viejo ha escarmentado a Eduardo. Es un castigo divinooooo. Aaaaahhh" Algunos lo miraban entre incrédulos y asustados. No había duda de que se trataba de un hecho fortuito, un perro vagabundo por la calle que se ensañó con el pobre Eduardo, pero sabían que este había sido muy malo y había matado a mucha gente, así que la idea de un poder oculto que hacía justicia divina los asombraba y atemorizaba.
Las ancianas que miraban curiosas desde el balcón se hicieron eco de la idea y empezaban a gritar a voces, "siiii tiene que ser un castigo divino, el cigüeño viejo ha castigado sus malas acciones".
Y a todo esto el perro seguía enganchado al cuello recibiendo palos y más palos, los cuales, por el ajetreo del momento, cayeron también sobre Eduardo.
Cuando al final consiguieron matar al perro y apartarlo de Eduardo este estaba muy mal herido y perdiendo sangre como cosa mala. Intentaron taparle la herida, pero borrachos todos como estaban, poco pudieron hacer.
No había duda, el perro había hecho su labor. Adiós Bicho Decimo Cuarto.
Para cuando llegó el desenlace Saúl ya hacia buen rato que se había marchado de allí.
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