Enrique el minero, hijo de Eltomash el minero, había jurado venganza por la muerte de su amado padre y de Mendinguez. Y ahí, enfurecido, decidió comenzar a tomarse la justicia por su mano, viendo que la ciudad volvía a la normalidad contra la que tanto se había luchado.
Su padre, el minero, no le había hecho demasiado caso. Lo cierto es que el minero solía ir con meretrices e ignoraba a su mujer e hijo. La revolución y la paternidad son incompatibles, supongo. Pese a ello, había crecido en el barrio proletario y todo el mundo admiraba a su padre, lo que le había hecho sentir una suerte de "cariño" por él.
Cogió una caja de botellas de ron y se puso delante de palacio. En el mismo sitio que meses atrás había habido una guerra gritó para todas las gentes:
[quote]¡¡¡Todo aquel que quiera una botella de ron no tiene más que mear en la puerta de palacio!!![/quote]
Poco a poco los mendigos y los reventados de la ciudad fueron recogiendo su botella y meando. Enrique no paraba de gritar:
[quote]¡¡¡Todo aquel que quiera una botella de ron no tiene más que mear en la puerta de palacio!!![/quote]
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#Venía la Paca del puerto con uno de sus muchachos cargando unas telas recién traídas de oriente para confeccionar unos vestidos nuevos a sus muchachas cuando, de repente, vio que se acercaban dos jóvenes cogidos de la mano y se dijo a si misma:
[i][color=#d900a7][size=4]"¿No es esa la hija del Cecilio?, ¿Y ese joven? ... Se me hace cara familiar. Ya le preguntaré a Cecilio cuando venga por la taberna. [/size][/color][/i]
[i][color=#d900a7][size=4]¡Qué bonitos los comienzos de toda relación! Pero al final, ese acabará como todos, cansado de lo que tiene en casa y buscando el entretenimiento de mis muchachas."[/size][/color][/i]
#Cecilio Uriel Botero estaba sentado en su sillón, escondido tras el periódico y sobrevolado por una nube de humo que emanaba de un puro encendido que fumaba sin prisa, esperando la hora de sentarse en la mesa. Al escuchar el ruido de la puerta, dobló el diario con un gesto automático y giró la cabeza hacia la puerta del recibidor aguardando, con una sonrisa, la aparición de su hija. Pero el infortunio venía a encontrarle por segunda vez en un mismo día: en el trabajo, la agitación de los trabajadores; y en casa, una hija casadera dejada llevar por las inquietudes juveniles que para por alto toda recato y prudencia trayendo a casa, de la mano, a un joven sin invitación. Cecuri se levantó de un salto, la ceniza cayó sobre su traje de forma inadvertida y blandiendo su puro cómo si fuera vara de hechicero ahuyentando los malos espíritus que habían tomado posesión de su hija, se quedó sin palabras.
El rostro de Inés fue apagando su sonrisa original al ver la reacción o, mejor dicho, estupefacción que se había adueñado de su habitualmente imperturbable padre. En ese instante apareció su madre, extrañada de tanto silencio. Bianca miró a su hija, a su acompañante y a su marido, en este orden. Medio segundo le bastó para sorprenderse, indignarse por el atrevimiento de la niña, avengonzarse por los vecinos, entender a su hija y preocuparse por un posible infarto de su marido. Se sobrepuso a la situación con un estilo envidiable, saludando a los recién llegados. Saludó amablemente, le pareció reconocer al pequeño Enrique entre las facciones del jovenzuelo. Con extrema habilidad, consiguió desembarazarse del muchacho tras que Cecilio consiguiera encontrar aliento para pronunciar un escueto saludo. Quedó invitado el joven a tomar café el domingo y lo despidió con amabilidad. Y es que el saber hacer de la señora Bianca en las relaciones humanas estaba a la altura del de su marido en el campo de la organización y los números. Reclamó la ayuda de Inés en la cocina mientras su marido se servía un jerez con aire derrotado. Tras reencender el puro y dar un par de tragos a la copa, Cecuri decidió dejar hacer a su esposa en este asunto. De todos modos, que el chico se hubiera presentado en la casa, aún que maniobra torpe, denotaba honestidad y voluntad de hacer las cosas bien. No parecía mal chico, en los tiempos que corrían, y hasta el mismo Cecilio provenía de familia humilde. Decididamente, si el joven tenía cualidades y voluntad,él pondría de su parte para que prosperara en la vida, igual que él había hecho.
#Enrique salió con la sensación de que nada había ido como esperaba. Un saludo frío del padre, una invitación que, aunque de forma muy cortés, le invitaba a marcharse y el rostro de su Inés al ver la reacción de sus padres bastaron para que se sintiese fatal. Una ansiedad antes desconocida en el cuerpo de Enrique le atravesó y comenzó a inventar un futuro gris: "sus padres la castigarán por aparecer con un hombre en casa", "será el cotilleo del barrio", "no querrá volver a verme".
Agradeció la invitación a tomar el café, se despidió de la familia con los pocos modales que había aprendido viendo a las clases más pudientes en los cafés y otros lugares dónde él era mero espectador, se giró, miró a Inés, buscando sus ojos, que encontró mucho más tristes de como los esperaba. Susurró: "espero verte pronto". No obtuvo respuesta, dio un par de pasos hasta salir al rellano y la puerta se cerró tras él. Se volvió a girar y quedó petrificado por un segundo. Salió a la calle.
Y ahí estaba Enrique, caminando por la calle, alto taciturno y bastante melancólico. Caminaba sin rumbo.
¿Qué hace un joven cuando todo parece que le ha ido mal?
Ir a echar unos tragos. Allí se dirigió, a la taberna. Con un par de monedas en el bolsillo. @chiribito
#Apenas vio entrar al muchacho, la Paca, que las matemáticas no se le daban mal, y las de la vida menos, comprendió que a aquellos dos jovenzuelos enamorados no les había ido muy bien con los padres de ella.
En cualquier otra circunstancia, habría lanzado a cualquiera de sus muchachas al asalto de su bolsillo, pero le dio pena y envió a la más empática de todas ellas para que le diera conversación y lo consolara, eso sí, algunas monedas habría de sacarlo en bebidas. Y oye, si el muchacho quería más pues era cosa suya, que al final para eso estaban ellas ...
#Cuando llegó la muchacha que había enviado la Paca, Enrique le pidió amablemente que se sentara, pero le dejó claro que solo para hablar. Pidió unos vinos y arrojó una de las dos monedas que tenía en el bolsillo. Se guardó una porque, aunque enamorado, su educación había sido bastante pobre y no pensaba que yacer con unas de las chicas de la Paca fuese de ninguna manera serle desleal a Inés.
Dio un largo trago al vino que le acababan de servir y comenzó a hablar:
[quote]Yo dejé mi casa, con mi madre, con la idea de vengar a mi padre. Fui ante el palacio, oriné en la puerta, grité improperios al príncipe, idee hasta la forma de entrevistarme con él. Y aquí me encuentro, medio enamoriscado y fracaso en mi misión.
Apenas tengo un poco de dinero para estos días, y lo cierto es que no sé cómo seguir. Una chica me espera, ¿sabes?
No sé si debería luchar por ella y conseguir su mano o vengar la muerte de mi padre. ¿Qué opinas tú?[/quote]
#Zoraida, que así se llamaba la muchacha, mirándolo con una sonrisa entre maternal y lastimosa, tras indicar a uno de los camareros que dejase una jarra de vino y agarrase la moneda, le dijo:
[b][color=#ff30dc]Eres joven y apenas estás empezando a recibir los palos que da la vida. Muchos de estos palos nos vienen de por sí, otros nos los buscamos. Yo creo que debes establecer tus prioridades y luchar por aquello que amas, pues de lo contrario siempre lamentarás lo que pudo ser y no fue por tu falta de arrojo.[/color][/b]
[b][color=#ff30dc]Si quieres a esa muchacha y eres correspondido debieras luchar por ella. ¿Qué impide vuestro amor?[/color][/b]
#Enrique salió del lupanar algo mareadillo, con los bolsillos vacíos y los testículos llenos. Pensó, o quizá murmuró en voz alta, que no había salido tan perjudicado: no le quedaba dinero, pero no había sucumbido a la carne de las chicas de la Paca. Una de dos, ni tan mal.
Volvió a su catre para dormir la mona y ver pasar el tiempo hasta su ansiado reencuentro con Inés. Cuando se acostó en la cama y cerró los ojos la habitación empezó a darle vueltas y tuvo que volver a encender el candil para que no le entrara la náusea. Allí, medio mareado y totalmente alcoholizado abrió el cajón de su mesilla de noche y observó que solo le quedaba una moneda. Una moneda que no podía desperdiciar y que usaría para llevar un dulce y unas flores a la casa de Inés. Pensó que eso harían los hombres buenos y decentes.
El domingo se levantó temprano de su siesta y se encontró con su mejor camisa planchada con almidón por su madre. También su pantalón con la raya marcada y los únicos zapatos decentes que tenía su padre. Recién lavados. Su madre le estaba ayudando a causar buena impresión. Además, la pobre infeliz había bajado a la fuente a por agua y la había hervido, para que su hijo pudiese darse un baño.
Poco se había hablado de Eulogia, la madre de Enrique y viuda del minero. Una mujer de las de antes, acostumbrada a servir y a los palos. Todos la compadecían por haber perdido a su marido, pero ella nunca había llorado al minero. No era más que un borracho revolucionario sin oficio, ni beneficio. Aprovechaba para ir con meretrices cada vez que caía una moneda en sus manos y, de no quedarle más remedio, iba con su esposa. Eulogia había sentido alivio, no pesar. Ahora era viuda y nunca más tendría que soportar a un marido. Solo le faltaba casar a su hijo para poder dedicarse a lo que siempre hubo soñado: irse a la mar y no volver nunca a Syldavia.
Enrique se vistió, besó la frente de su madre y marchó hacia la casa de Inés. Por el camino le azotaron las dudas: ¿me olerá el aliento? ¿Pensarán que no soy bastante para su hija? ¿Sabrán que soy hijo del minero?
Entro a la panadería donde otrora se habían comprado los pastelitos envenenados para los guardias, cuando la huida del minero y de Mendinguez de la cárcel. Compró una docena de pastelitos y pagó con la moneda. Pensó que le sería devuelto un poco de cambio, pero no fue así. No podría llevar flores.
Llegó a casa de Inés, subió las escaleras, tocó a la puerta y se presentó: soy Enrique. @security_bot
#Aún que las primeras impresiones fueron chocantes, Inés no se encontraba en una situación tan complicada cómo se podía creer en el momento que cruzó la puerta de casa acompañada. Al fin y al cabo, sus padres ya llevaban muchos años en el mundo, y habían visto bastante de todo. Acudir a casa de la mano de un chico era mucho más inofensivo que volver con un bombo, cómo alguna que otra de sus conocidas había hecho, sin importar en absoluto la condición social. Su madre, muy en el fondo, la entendía. Su padre, acostumbrado a los tratos comerciales, sabía que era necesario ceder en ocasiones para lograr un acuerdo fructífero. Que la niña fuera cortejada de forma respetuosa por un joven de su edad y procedente de una estirpe que, si bien no gozaba de buena posición, al menos era conocida por su lealtad a unos ideales, y la viuda del minero siempre se comportaba muy recatadamente, a la vez que económicamente tenían asegurado su sustento básico, descartando la posibilidad de que fuera un noviazgo por interés.
Las aguas se habían calmado en casa de los Botero. Inés se había arreglado un vestido marrón añadiendo unos detalles verdes, secretamente recordando los colores de los árboles y plantas que les rodeaban ese día que probó los labios de su galán. Su madre había preparado el servicio de café en la sala de estar, y tenía la cafetera preparada para ponerla al fuego tan pronto llegara el invitado. Cecuri, a pedido de su esposa, había cortado algunos flores frescas del patio y las estaba poniendo en agua, para adornar la mesita. Sospechaba que la petición era una simple excusa de su esposa para sacarle de la casa para tener unas palabras a solas con Inés. "Mujeres" pensó, mientras aprovechaba la salida al aire libre para tomar un poco el sol. Le hacía recordar su juventud y el trabajo al aire libre.
Inés no sabía si estar contenta, preocupada o nerviosa. Sabía que esa tarde tenía que jugar bien las cartas para tener una posibilidad de futuro con Enrique. Llamaron a la puerta, y su madre fue a abrir. Desde la sala se escuchaba un intercambio de saludos, y enseguida Bianca invitó a Enrique a pasar mientras le guardaba el abrigo y llevaba un paquete hacia la cocina.
A Inés se le aceleró el corazón al ver ese chico tan guapo, con el abundante pelo bien peinado, con zapatos relucientes y una camisa tan bien planchada cuyas únicas curvas eran las que marcaban los músculos que se intuían debajo de la tela. Inés se puso totalmente colorada y le subió la temperatura hasta el punto que se sentía derretir. Se obligó a contener los pensamientos enfocados en las formalidades sociales a cumplir para que la velada tuviera el desenlace social deseado, y dejar para otro momento el desenlace sensual deseado.
Bianca se aclaró la garganta, Inés se dio por aludida e invitó a sentarse al invitado. Su padre entraba por la puerta del patio con un atajo de pequeñas flores rojas. Esa visión de Cecuri en actitud tan poco varonil, rebajó instantáneamente el nivel de tensión en la sala, y se sentaron alrededor de la mesa a esperar la llegada de la cafetera. Bianca apareció con una bandeja de dulces. "Enrique ha sido muy amable trayendo este obsequio" dijo, mientras la dejaba en el centro de la mesa. Tenían muy buena pinta. La señora de la casa, con la mayor naturalidad, fue tejiendo una conversación insustancial de la que iban participando todos. Cuando el sonido y el olor a café inundaron la sala, Bianca acudió en busca de la cafetera y la lechera. Volvió con ellas justo cuando Cecuri terminaba uno de sus chistes sin gracia, de que sólo se rió Inés (y no del chiste en si, si no de la poca gracia de su padre al contarlo). Parecía que Enrique ni se había enterado del tema del chiste, mirando cómo reía Inés, con una carcajada suave y alegre, y la melena agitándose rítmicamente. Cecuri, entre desconcertado y distraído, acercó la mano a la bandeja, pero su esposa fue rápida y le hizo apartarla de un breve manotazo. "Los invitados primero" dijo, con con una medio sonrisa. Cecuri esperó mirando con cara de niño obediente cómo su esposa llenaba la taza del joven.
Cuando todos tuvieron delante una taza humeante de sutil vapor y sugerente aroma, Cecuri decidió entrar en materia con la frase:
[quote][color=#00369b]Y bien, Enrique, ahora que has decidido volver a la ciudad, ¿Qué planes tienes para el futuro?[/color][/quote]
Aprovechó la conmoción causada por sus palabras para apoderarse, por fin con éxito, de una una pieza de bollería. Tras unos segundos de tenso silencio, el rumor del pastelillo siendo desgarrado por las fauces de Cecuri tomó el control de la habitación sin que ningún otro sonido le disputase la conquista de ese espacio. @eltomash
#Cuando Enrique vio aparecer a Cecuri con las flores, toda la tensión que llevaba se vino abajo. Un hombre que comandaba decenas de cuadrillas con puño de hierro, postrado ante las peticiones de su mujer, con un ramo de flores en las manos y sometido al interdicto pastelero de su esposa no podía de ninguna manera asustar a nuestro joven coprotagonista.
No podía decirse que Enrique no se esperase la pregunta. Sabía que la preocupación de todo padre es la bondad y el oficio del pretendiente. Bondad, tenía, porque a pesar de haberse criado con un tirano había tenido la suerte de tener una madre maternal, cariñosa y bondadosa. El oficio ya era otro cantar: ¿revolucionario? ¿pensador? Lo cierto es que Enrique no había tenido ocasión de arremangarse más de dos seguidos en una fábrica o en un muelle.
Antes de la visita estuvo durante horas meditando qué contestaría a esa pregunta. Podía elegir su camino, pues lo que dijese sería de facto lo que tendría que perseguir si quería desposar a Inés. No tenía talento para la política, ni siquiera conocimientos suficientes para diferenciar a un charlatán de un sabio. Tampoco tenía talento para comandar a nadie, como había tenido ocasión de aprender en su burdo intento de asaltar a base de orín el Palacio.
¿Entonces para qué era bueno?
Por primera vez, ser hijo del minero le trajo una bendición: había vivido toda su infancia rodeado de minas entre las montañas, donde los niños clasificaban el carbón según su calidad. El mejor, normalmente, se marchaba en barcos a otros países y el peor se quedaba en Syldavia. Y Enrique era de los más aventajados: porque sabía que si era eficiente en esa tarea no tendría que bajar a los pozos a picar el mineral, respirar polvo y aguantar un calor inaguantable.
Y le contestó:
[quote]Quiero comenzar dándoles las gracias por invitarme. Especialmente a usted, doña Blanca, por organizar esta merienda tan estupenda.
Me encuentro actualmente en la búsqueda de un empleo, Don Cecuri. Me he criado en las montañas, entre las minas. Allí trabajaba seleccionando el carbón y clasificándolo en función de su poder calorífico y sus impurezas, para la exportación. Mi padre, que en paz descanse, antes de convertirse en un revolucionario trasnochado fue minero toda su vida y me enseñó todos los secretos del mineral. Puedo asegurarle que sé diferenciar una turba de una antracita solo por el olor; así como saber de una hulla llena de azufre a otra sin éste solo por su untuosidad.[/quote]
Tomó un sorbo de café (que era más bien achicoria) y le devolvió la pregunta:
[quote]Me gustaría pedirles, humildemente, permiso para entablar un noviazgo con Inés.[/quote]
#Cecuri se rascó la barbilla, que todavía se movía verticalmente mientras terminaba de masticar el último pedazo de la ofrenda. Se puso en guardia su faceta de negociador, y empezó su discurso:
[quote][color=#00369b]Enrique, entiendo que los sentimientos de juventud son fuertes, pero estoy seguro de que entiendes que no puedo aceptar para mi hija un marido sin empleo ni otra alternativa económica que os permita estableceros por vuestra cuenta. Aún así, tu gesto de venir a vernos y presentarnos con franqueza tus intenciones nos agrada.[/color][/quote]
La cara de Enrique se había vuelto de piedra, en este momento, e Inés estaba pálida y a punto de romper a llorar, a pesar de los esfuerzos por contenerse ante la presencia de los demás.
[quote][color=#00369b]Pero aún que deba preocuparme de lo práctico, no soy ajeno a los sentimientos de mi hija. Si bien no me desagrada la idea de un matrimonio entre vosotros, no puedo acceder en las actuales circunstancias.[/color][/quote]
Dijo estas palabras con toda rotundidad. Inés apretaba con fuerza el brazo de su madre, sin darse cuenta. Antes de que el pobre Enrique lograra contestar, Cecuri levantó la mano con autoridad, interrumpiendo los balbuceos del joven, y añadió, esbozando una media sonrisa de pícaro:
[quote][color=#00369b]Así que te espero mañana temprano en la NaSy, y veremos si eres lo bastante útil para merecerte el jornal. Ah, y gracias por los pasteles. Mi esposa opina que no debo comerlos, para mantenerme así de atractivo.[/color][/quote]
A lo que añadió un guiño de ojo. A continuación se levantó para despedirse y se trasladó al despacho, dejando a las mujeres solas con el invitado. @Eltomash