|
Cecuri volvía a casa tras una jornada de trabajo. No había sido un dia especialmente ajetreado, salvo la reunión de última hora con un agente comercial de la siderúrgica, que solía usar la taberna de la Paca cómo su segunda oficina para sus reuniones. No es que le molestara un buen trago al final del día, y más si se lo tomaba rodeado de preciosas señoritas de sugerentes vestimentas y amplias sonrisas. El problema era su mujer: la única persona del vencindario capaz de imaginar que el correctísimo señor Botero tocara otra cosa que no fuera su jarra de cerveza y las monedas para pagar el trago, en esa casa de dudosa reputación. Alguna especie de orgullo femenino, pensaba él, antes de soltar un suspiro, cada vez que su mujer le fruncía el ceño al captar esa mezcla de olores de cerveza oscura y perfume barato al llegar su marido a caso más tarde de los doce minutos y medio que se tardaba en recorrer la distancia de la oficina a casa, por el camino más corto y sin tiempo para detenerse a saludar a cualquier conocido que se cruzase en el camino.
... volviendo a esa tarde: Una vez terminada la "reunión", invitarse mútuamente a una ronda y recordar alguna anécdota jocosa de los siempre mejores tiempos pasados, se había despedido de su viejo colega y había tomado el camino hacia el barrio obrero.
Al pasar por delante del edificio del congreso, vio las luces prendidas, y recordó que habían convocado sesión. A él poco le importaba la política, salvo cuando se dedicaba a boicotear sus esfuerzos para que la NASY siguiera siguiendo rentable y diera de comer a tantos de sus vecinos.
A medida que se acercaba, un alboroto le hizo bajar la mirada de los ventanales a la escalinata de entrada del palacio. Había un manojo de esos elementos inadaptados (o exilados) de la sociedad syldava haciendo lo que mejor se les da: beber, orinar en la calle y armar jaleo. Lo que llamaba la atención es que hacían las tres cosas a la vez, en grupo y a las puertas del palacio (algo que de bien seguro les preguntarían los guardias cuando se percataran de lo que estaba sucediendo). No debían llevar mucho rato, porque todavía llebaban las botellas en la mano (señal que contenían algo de su elixir favorito), y no habían ninguna rota en el suelo, señal inequívoca de que una "fiesta" entra en decadencia. Mezclado entre ellos, pero a la vez con una pose sensiblemente distante de aquél comportamiento, había un joven de buen ver, de aspecto aseado y con ropas nuevas, aún que no ostentosas.
Cecuri siguió caminando hasta sobrepasar la escena, echó un breve vistazo al joven y pasó de largo, preguntándose dónde había visto antes esa cara, levente familiar. Estaba llegando a la esquina de la plaza, cuando oyó estrellarse una de las botellas contra el suelo. Un segundo estrépito de cristales sonó. Esta vez parecía un sonido de cristal contra madera. Volvió la cabeza a tiempo para ver cómo los soldados, alertados por el golpe de la botella contra la puerta, acudían a la escalinata armas en mano. Cecuri volvió de nuevo la vista a delante y, sin parar de andar, pensó para sí mismo en un breve tiempo atrás, cuando otros ciudadanos habían afrentado a la guardia del palacio, pero no por temeridad juvenil ni embriaguez, si no por motivos elevados y justos. Y lamentando lo poco que había valido tan gran sacrificio, tomó la esquina de su calle con paso apesadumbrado. |
| #Hacía ya bastantes días desde la última vez que se paseó por el centro. Si bien esa zona de la ciudad casi podríamos decir que le venía de camino entre la oficina y el hogar, las obligaciones profesionales le acaparaban demasiadas horas, cómo para remolonear en tertulias y brindis al acabar la jornada
Pero tras el anuncio de las inminentes elecciones, él mismo había decidido presentarse al parlamento juntamente con algunos viejos conocidos del mercadeo y la manufactura. No tenía interés personal en la política, pero la fragilidad de las instituciones principales del estado, que se habían evidenciado con el amago de golpe y la inoperancia del parlamento (y de la corona, aún que eso era mejor no decirlo en alto) le habían llevado a tomar la determinación de dar un paso al frente.
En coherencia con sus línea de pensamiento racional, había decidido tomar una postura política centrada, compatible con muchas ideologías y propicia para llegar a pactos, todo en pos de dos objetivos: preservar (y, de ser posible, ampliar) la democracia que el sistema permite, y a la vez asegurarse de que el progreso (con el que los ricos se llenaban la boca y los bolsillos) estuviera también en manos de quien se sacrificaba por conseguirlo: la clase trabajadora.
Y, alineando sus propósitos con la mentalidad templada y meritocrática de los comerciantes, artesanos y pequeña burguesía, decidió acudir a este sector para lograr apoyos, dado que pocos de los obreros, quienes de bien seguro le seguirían, tenían derecho al voto.
[i]Nota: Hay otras motivaciones tras las acciones de este personaje, ocultas por el momento.[/i]
Tras atender los asuntos urgentes de la NaSy, desanduvo parte del camino y se desvió hacia el mercado, al otro lado de la plaza. A media mañana, mujeres y comerciantes se encontraban en plena actividad. Había calculado la hora para llegar antes de las prisas de última hora, cuando nadie hubiese prestado atención a lo que tenía que decirles. Entre saludos a algunos conocidos, se acercó a un banco de piedra y se subió.
[quote][color=#00369b]¡Señoras y caballeros![/color][color=#00369b] Permítanme dirigirles unas palabras.
Todos hemos sido testigos, en las últimas semanas, cómo cualquier ocioso se atreve a desafiar al parlamento y a la mismísima autoridad de la corona. Si: hablo del vergonzoso episodio de los borrachines regando la entrada de palacio, ejemplo de la debilidad de personas que se abandonan a sí mismas al renunciar al mínimo decoro que todo ciudadano debe mostrar en público, en respeto de sus vecinos. Pero no es menos grave la familiaridad con que hombres poderosos de este país utilizan las instituciones para servir a sus intereses particulares, ya sea desde el parlamento, o bien a las puertas de este.
Ya en el pasado, han sido las gentes honradas y trabajadoras de esta ciudad las que han sacrificado sus bienes, y hasta su sangre, por defender la dignidad de todo ciudadano honorable, independientemente de la tenencia o no de títulos, tierras y cabales. No señores, todos merecemos ser tratados con justicia, porque sin ella no habrá paz ni verdadero progreso.
Les pido, caballeros, su confianza para llevar al parlamento el mensaje de que no permitiremos que jueguen con nuestro pan ni nuestro futuro, y exigir a los avatares del viejo poder, que traten con justicia a los ciudadanos de toda clase. Si la excusa para dejar a los plebeyos fuera de palacio es que no son capaces de pensar en la gobernanza, cambiemos esa realidad: instruyamos a nuestros hijos para que, el día de mañana, sean capaces de reclamar su lugar en las instituciones, y recordar a los vetustos mandatarios, que hoy nos miran por encima del hombro, que el verdadero progreso de Syldavia se fragua con el sudor de sus obreros, y no en refinados almuerzos en elegantes salones. Y a estos mismos obreros, es a quien se le deben los frutos del sacrificio.
Gracias pos su atención, no les robo más tiempo. Señoras, transmitan a sus maridos que la Unión ProGre se preocupa por su bienestar y un mejor porvenir para sus hijos.[/color][/quote]
Dicho esto, se bajó del banco y se puso a atender los corrillos de gente que se le acercaba con felicitaciones y preguntas sobre el discurso. A los pocos minutos, se dejó arrastrar por un grupo de pequeños comerciantes y artesanos entusiastas de sus ideas, en dirección al establecimiento de la Paca. |
| #De paso por la plaza, en su carruaje de MetroTrans, no el oficial (hay que promocionar el negocio, aún que de cara a la galería es un ahorro de gastos del gobierno), D. Cecuri ve un corrillo de gente apiñada frente a la embajada de Noïd, en clara actitud hostil y algunos, además de gritos, lanzan desperdicios del mercado de verduras contra el edificio.
Cecuri espera unos segundos hasta que el coche se aparta del gentío, y manda parar al chófer. Se dirige al jefe de su escolta, con las siguientes palabras:
[quote][color=#00369b]H[/color][color=#00369b]aga proteger la embajada de Noïd. Sólo un par de guardias que custodien la puerta, y que se aseguren de que nadie lanza piedras ni ladrillos. Nada que cause daños. La suciedad, en cambio, no es nuestro problema, ya la limpiarán los noiditas. Ah, y hasta nueva orden, el personal de la embajada no puede salir si no es para reunirse conmigo o con el delfín. Es por su seguridad, evidentemente... e[/color][color=#00369b]jem ejem.
Ah, sobres las vías del tren ya no hay sospechas. Enviad una patrulla por la vía para que informe a Noïd de la reapertura de la ruta. Y que el jefe de esa patrulla, discretamente, entregue esta carta en mano a nuestro embajador en Noïd.[/color][/quote]
Cecuri entrega un sobre lacrado y con un gesto despide al oficial, que saluda y se aleja con prontitud. |